
Esta es una verdad inmutable. La mente humana no siempre conoce todo lo que hay en el hombre; esto sólo puede ser conocido por el espíritu del hombre. Asimismo la única fuente que puede revelar a Dios es el Espíritu de Dios, administrador de la gracia de Jesús en la tierra.
Es sorprendente ver cristianos usando la filosofía, psicología y psiquiatría para encontrar soluciones a sus problemas. Muchas de esas fuentes tienen la real intención de ayudar a la gente, pero carecen del poder para cambiar al ser humano y transformarlo. Por lo tanto, no tiene valor alguno usar términos bíblicos aplicando métodos mundanos.
No hay medios científicos, psiquiátricos, psicológicos, naturales o filosóficos que descubran esas verdades. Si no aceptamos el concepto de revelación divina, nunca vamos a entender completamente estas verdades y permaneceremos viviendo en confusión y mentira. Los científicos y estudiosos sólo usan los procesos mentales y la recolección sistemática de información que ingresa por los sentidos naturales.
Dentro de un ambiente tan limitado, no tienen más remedio que negar a Dios, porque el conocimiento que manejan no lo admite; es más, ni siquiera saben de dónde procede el conocimiento. Creen que la materia se creó sola. El conocimiento sensorial es su única fuente de sabiduría; pero esa fuente no puede explicar el origen de la creación, ni el principio de la materia, ni ofrece respuestas válidas a los grandes «por qué» de la humanidad.
Los científicos han desarrollado diversas teorías sobre el origen de la vida y la naturaleza de Dios. Ellos han escrito enormes y cuantiosos volúmenes al respecto, pero todos giran alrededor de la misma fuente llena de restricciones, que es abastecida por los sentidos, el razonamiento y las limitaciones de un ser que no reconoce a su Creador.
La educación formal ha contribuido a destruir la fe de millones de jóvenes que fueron reclutados y entrenados para reconocer y aceptar sólo aquello que pueden ver, oír, sentir, descifrar y explicar con sus sentidos físicos e intelecto.