
Introducción.
¿Te han hecho daño y sufres? ¿Se trata de un agravio nuevo o de una vieja herida que no ha sanado aún? Debes estar cierto de que lo que te hicieron fue malo, injusto e inmerecido. Así que tienes razón de estar indignado. Y es de lo más normal que quieras herir cuando has sido herido. Pero es raro que devolver el golpe te brinde una satisfacción.
Todos creemos que así será, pero nos equivocamos. Abofetearte después de que tú lo has hecho conmigo no hace que me deje de arder la cara, ni reduce la tristeza que me causa que me hayas golpeado. En el mejor de los casos, las represalias sólo dan a nuestro dolor un respiro momentáneo. Mientras seamos incapaces de perdonar, seguiremos atrapados en nuestro dolor, sin posibilidad de experimentar curación y libertad y sin posibilidad de estar en paz.
Sin perdón, seguiremos atados a quien nos hizo daño. Apresados por cadenas de amargura, amarrados, atrapados. Mientras no podamos perdonar a quien nos perjudicó, esa persona tendrá las llaves de nuestra felicidad: será nuestro carcelero.
Cuando perdonamos, recuperamos el control de nuestro destino y nuestros sentimientos. Somos nuestros liberadores. No perdonamos en beneficio del otro. No perdonamos por los demás.
Perdonamos por nosotros mismos. En otras palabras, el perdón es la mejor
expresión del interés propio. Esto es cierto desde el punto de vista espiritual
tanto como científico.