
En el fondo, el budismo es muy práctico. Se trata de hacer cosas que fomentan la serenidad, la felicidad y la confianza, y de evitar cosas que causan ansiedad, desesperanza y miedo. La esencia de la práctica budista no es tanto un esfuerzo por cambiar nuestra manera de pensar y nuestro comportamiento para volvernos mejores seres humanos, sino en darnos cuenta de que no importa lo que podamos pensar sobre las circunstancias que definen nuestra vida, ya somos buenos, completos y perfectos.
Se trata de reconocer el potencial inmanente de nuestra mente. En otras palabras, al budismo no le interesa tanto el que nos mejoremos sino el que reconozcamos que aquí y ahora, somos tan perfectos y tan buenos y estamos tan esencialmente bien como alguna vez podremos esperar estar.
La mentes más difícil de describir. No es una cosa que podamos señalar con la misma facilidad con que podemos identificar el cuerpo o el lenguaje. Por muy profundamente que investiguemos este aspecto del ser, es imposible localizar realmente cualquier objeto definido al cual podamos dar el nombre de mente.
Hay abundancia de libros y artículos escritos en un empeño por describir este aspecto esquivo del ser; sin embargo, a pesar de todo el tiempo y esfuerzo invertidos en tratar de identificar qué es la mente y dónde se encuentra, ningún budista ni científico occidental ha podido decir de una vez por todas, Ajá, ¡he encontrado la mente! Está localizada en esta parte del cuerpo, se parece a esto, y funciona así.
En el mejor de los casos, después de siglos de investigación, se ha podido determinar que la mente no tiene ni sitio, ni forma, ni aspecto, ni color específicos, ni ninguna otra cualidad tangible que sea posible atribuirles a otros aspectos como la ubicación del corazón o los pulmones, los principios básicos de la circulación y las áreas que controlan funciones esenciales como la regulación del metabolismo.