Para el Dalai Lama, la felicidad es el objetivo de la existencia. En cambio, el ensayista Pascal Bnickner afirma: La felicidad no me interesa. ¿Cómo es posible tener dos visiones tan opuestas de lo que para la mayoría de nosotros es un componente fundamental de la existencia?

¿Hablan esas dos personas de lo mismo? ¿No se tratará de un profundo malentendido sobre la definición de la felicidad?, ¿Acaso la palabra está tan manida que, asqueados por todas las ilusiones y cursilerias que inspira, nos provoca rechazo?
Para algunos es casi de mal gusto hablar de búsqueda de la felicidad. Cubiertos por un caparazón de suficiencia intelectual, se burlan de ella igual que de las novelas rosa
Según Henri Bergson. llamamos felicidad a algo complejo y confuso, a uno de esos conceptos que la humanidad ha querido dejar en el terreno de la vaguedad para que cada cual lo precise a su manera.
Desde un punto de vista práctico, dejar la comprensión de la felicidad en el terreno de la vaguedad no suena demasiado grave si habláramos como mucho de un sentimiento fugaz y sin consecuencias, pero nada más lejos de eso, puesto que se trata de una manera de estar que determina la calidad de cada instante de la vida. Pero ¿qué es la felicidad?
Por el contrario, la felicidad es la proyección de la alegría sobre la
totalidad de la existencia o sobre la parte más viva de su pasado
activo, de su presente actual y de su futuro concebible. ¿Podría
constituir, en consecuencia, un estado duradero? Según André Comte-Sponville, podemos Llamar felicidad a todo espacio de tiempo en que la alegría parece inmediatamente posible.
¿Es posible, entonces, incrementar esa duración? Existen mil concepciones distintas de la felicidad, e innumerables filósofos han tratado de exponer la suya.